por adrián cangi
Quien da a ver tocando excede por el tacto la visión de lo que se ve. María Jalil fabrica armónicas figuras de la infancia, de la memoria social y de los fetiches populares, pero lo hace por el arte del punto que cuestiona la distancia entre tocar y ver, para ver-tocando en la saturación o el vaciado de unas texturas.
Siempre habrá una penuria textil en los pueblos colonizados o migrantes, que pasa por el cuerpo femenino de las bordadoras. Esta penuria ha quedado grabada en el tacto, donde el uso de la vida como historia del arte del punto prevalece en detrimento del objeto visivo. La cosa utilizada en el arte del bordado vuelve sobre lo viviente como indumentaria, transformando a quien la usa en su conducta y memoria. El arte del bordado depende de la reflexividad que distingue a la experiencia táctil entre otras: quien toca es a la vez tocado por lo que toca. El uso del que toca en el arte del punto está signado a lo largo y a lo ancho por el interés, por el inter-esse, por el ser entre puntos, que trama la narración de la memoria. El oficio y arte de bordar no puede abordarse sin mencionar el interés por el utensilio del que se sirve, en el que la bordadora se confunde con el útil como herramienta entre lo singular y lo común.
La historia de lo táctil siempre ha sido silenciada y disfrazada por nombres y verbos visuales, pero sabemos que insiste por debajo de la trama de la historia. Avanza por apropiación y rozamiento. “Por”, “con”, “en”, “entre”: las bordadoras enseñan que su pensamiento se encuentra en las preposiciones, entre-lugares que marcan el uso como idea y su realidad empírica. La producción como la acción política, la poiesis como la praxis, brotan del tacto por el arte de bordar punto tras punto los llenos y vacíos de la memoria histórica. Las bordadoras muestran su oficio como lo que incumbe y presiona el uso de sí, de la propia existencia, como presupuesto y pilar de todos los usos, como algo que se tiene a la mano, por el cual se es tocado en el preciso momento en el que se toca la existencia.
“Ir al tacto” se dice en el sentido común para hablar de un ser inexperto, signado por una ineptitud parcial, arrojado a la incerteza, indagando en la naturaleza infantil del tiempo perdido del juego, que retorna distanciado a sí mismo en el tiempo recobrado del arte del punto. Entre el juego y la recitación, entre el paso de manos y las conversaciones femeninas, pasa la historia comunal, no sólo la de la soledad de la que borda en su rincón sino la del pronombre “nosotros” que expresa una producción colectiva. La unidad del “yo” se abre en el arte del punto a la pluralidad de los “tu” co-presentes. No hay bordado individual de la historia porque a través del arte del punto el “nosotros” indica el tránsito de lo singular a lo común, tanto como de lo común a lo singular. El bordado es un sistema de signos dinámicos y un umbral de conversión en el que se cuestiona el derecho de propiedad vanidoso e irresponsable. En el arte del punto se abre la paradoja del “yo somos” o del “nosotros soy”, entretejida o entrebordada de técnicas y reglas comunales.
Del arte del tejido de las mujeres incaicas narrado por Felipe Guamán Poma en Primer nueva corónica y buen gobierno, de 1615, al quilting party americano de la migración europea al mundo por venir, insiste una forma de ligar la tradición del siglo XVII con nuestra contemporaneidad. Entre los montantes y las hebras de la urdimbre del tejido y la reunión de capas de tela pespunteadas del quilt, se desplaza el arte del bordado del punto por punto. En estos modos se construye un sentir y pensar el espacio y el gesto de la gestación de la memoria, y de las gestas de resistencia y migración de los pueblos. De las gestas de resistencia de las tejedoras incaicas al gesto de la memoria de los colonos que dejan Europa por el nuevo mundo, vemos que insiste el arte del bordado de una colectividad femenina que hace y deshace la trama de la historia.
De los motivos centrales del bordado en sus búsquedas de armonía a la reunión de capas pespunteadas en diversos materiales, algunos de ellos de descarte, que pueden o no rellenarse, la colectividad femenina busca crear espacios en los que no se privilegie ni el derecho ni el revés. Se cuestiona la larga tradición del espacio estriado del tejido con sus verticales y horizontales que se entrecruzan, entre la fijeza de unos elementos y la movilidad de los otros, para presentar necesariamente un revés y un derecho de la trama de la historia. Los hilos anudados se oponen como revés a la superficie expuesta mostrando que toda trama cierra un espacio que expone y oculta. El arte del punto de las bordadoras, a diferencia de las agujas de las tejedoras, traza un espacio abierto en todas las direcciones, prolongable en todos los sentidos, aunque ese espacio tenga un centro o una figura.
El bordado contemporáneo ha admitido los añadidos del patchwork. La combinación de un motivo con capas de tela pespunteadas del quilt, junto a añadidos de piezas de tela por módulos, permite liberar ritmos que contrastan con las pretendidas armonías del bordado. En la obra de María Jalil la memoria mundo de las bordadoras se une con la memoria subjetiva de los recuerdos de provincia, a través del gesto del arte del punto que opera entre el espacio saturado y el espacio vaciado. De este modo el espacio estriado sostenido por el motivo en el arte del tejido es desbordado por la superposición proliferante del punto por punto que produce espacios a los que satura o vacía. La herencia femenina de las bordadoras es aquella que traza en la historia un espacio de liberación del gesto frente a la gesta del espacio estriado y centralizado por el motivo.